¿Qué nos está pasando a los trabajadores de la salud?
Hace unos días escribía Ed Yong en la publicación The Atlantic un artículo tratando de explicar por qué los trabajadores de la salud estamos renunciando en masa a nuestro oficio.
Utilizo sus palabras y añado las mías propias para tratar de dar respuesta a lo que nos está pasando.
Durante estos meses de pandemia hemos presenciado la muerte a una escala como nunca habíamos visto. Dando todo por las personas que vienen como una marea, ocupando el lecho que dejan otras cuando fallecen.
Acompañamos al que finalmente muere y nos sentimos suicidas, en un trabajo en el que se supone, tenemos que mantener a las personas con vida. Y quebrarnos…rompernos en mil pedazos.
El sistema sanitario está abrumado tras sucesivas olas que han terminado con la vida de muchas personas y traumatizado a innumerables de nosotros. Los hospitales se iban vaciando, nosotros también. Nos hemos quedado vacíos, sin alma.
Algunos hemos perdido nuestros trabajos porque “ya no hacemos falta”. Otros se han visto obligados a marchar porque contrajeron la COVID y ya no pueden trabajar. Otros nos abandonaron para siempre, se fueron, dejaron esta tierra y cayeron en el olvido.
Estamos cubiertos de heridas no tratadas, en medio de la muerte, del estrés y del trauma. Todos sabemos lo que nos espera, lo que veremos en nuestro día a día, pero esta enfermedad ha alterado el equilibrio, enfrentándonos a peores condiciones y haciendo que el trabajo difícil, sea a veces insoportable.
Teníamos la esperanza en la vacunación, pero no todos tienen esa opción y algunos mayores o pacientes crónicos enferman. Ahora estamos de nuevo en puertas de volver a atascarnos en un ciclo que parece no tener fin.
Queremos ayudar a las personas, pero nuestra incapacidad para poder hacerlo de forma correcta nos está dejando vacíos. Esa promesa no realizada de “algún tipo de normalidad” nos agota, nos frustra. Fuimos héroes y ahora estamos malditos.
Lidiar con la muerte forma parte de nuestro hacer. Pero quedarnos indiferentes, perder la compasión es un puñal atravesado en nuestra alma y una herida que no deseamos tener.
Pasar el tiempo al borde de las lágrimas. La angustia de no poder tomar el curso y la acción de lo que sabes es correcto. Y sin querer, terminar pagando tu frustración con otros compañeros, con nuestras propias familias.
La pandemia nos ha empujado más allá de los límites de nuestro compromiso y algunos renunciamos porque somos incapaces de poder manejar nuestros sentimientos. Esos que nos llevan a pensar que hacer bien nuestro trabajo es imposible.
Veníamos de un sistema frágil. Y en medio de estas condiciones, plantillas inestables, más turnos, más horas, menos tiempo libre… Restar importancia a la gravedad de nuestra experiencia vivida. Aparece el desapego, la desafección y llega la huida. “Creo que está bien alejarme y ser feliz” piensan algunos.
Y mientras la calidad de la atención sanitaria merma. Teniendo que atender a personas que con la COVID se convierten en enfermos crónicos, parecen haber ganado años, tienen más deterioro, son más dependientes.
Y el sistema sufre la inundación de personas que, no teniendo la COVID, retrasaron su atención y ahora están en una terrible situación, yo los llamo “Los invisibles”. Ya no hay alivio entre oleadas porque algo siempre reemplaza a la COVID.
Se habla de indicadores, de incidencia acumulada, de presión en los hospitales, pero nada sobre cómo están los trabajadores, del creciente agotamiento, de los que quedaron atrás, de los pacientes que no tienen la COVID, del futuro de la asistencia sanitaria.
Nos sentimos culpables por abandonar a los compañeros, por contagiarnos por querer vivir algo de vida fuera de los límites de nuestras vidas laborales, porque la sociedad parece que no nos entiende. Porque devolver la dignidad al sistema no es darnos privilegios, es ofrecer sentido a nuestra tarea, el cuidado de otro ser humano.
Soy médico, soy trabajador sanitario, y sí, he experimentado en estos meses crisis de identidad. Y si un día te abro mi corazón y ves caer mis lágrimas, por favor, abrázame fuerte, por favor, no me sueltes, no me dejes caer en el olvido. Porque no soy tan fuerte como pensaba. Temo que mi corazón y mi vida puedan quedarse vacías. Ayúdame a encontrar algo de paz que me devuelva a la vida.
El artículo original aquí.
El hilo en twitter aquí.
Gracias a Emilio Morenatti por la imagen, que pone encabezado al texto y a Ed Yong, por visibilizar el problema. Necesitamos una catarsis social, pero sobre todo ayuda, para poder seguir y para poder hacer bien nuestra tarea.