El autosacrificio del personal sanitario ya no puede sostener un sistema sanitario en crisis.
Llevo años reflexionando sobre los límites del sistema sanitario y, sobre todo, los límites de quienes lo sostienen. Médicos, enfermeras y tantos otros profesionales que, más que ejercer una profesión, han sostenido con su entrega lo que a todas luces es un sistema agotado. Pero el sacrificio no puede ser la base sobre la que se construya la atención sanitaria.
Este artículo de BMJ, escrito en 2023 por David Raven, un médico especialista en Urgencias y Emergencias del NHS, lo expresa con una crudeza incontestable: el NHS no necesita héroes, necesita reformas. Necesita un cambio profundo que evite que los profesionales terminen quemados, con la sensación de que nada de lo que hagan nunca será suficiente. Porque cuando la norma es la sobrecarga, la frustración y la renuncia, lo que sigue es la descomposición del sistema.
Esto no es solo un problema del Reino Unido. Es una realidad que resuena en muchos otros sistemas sanitarios, incluido el nuestro. Los tiempos de espera se alargan, las urgencias se colapsan, los profesionales se marchan. Pero seguimos actuando como si la resiliencia del personal fuera infinita, como si el problema fuera la falta de compromiso y no un modelo de gestión que simplemente no da más de sí.
¿Vamos a seguir esperando hasta que todo se derrumbe? ¿O vamos a repensar el sistema antes de que no quede nadie dispuesto a sostenerlo?
Aquí el artículo completo, que merece una lectura pausada y una reflexión honesta.
“A medida que las presiones sobre el NHS alcanzan niveles que antes parecían impensables, resulta más evidente que la preservación de esta institución, casi sagrada, ha dependido en exceso de distintos grados de autosacrificio por parte de su personal. ¿Cuánto se le puede exigir a la gente? ¿Y cuándo es demasiado tarde para corregir el rumbo? Para muchos médicos y enfermeras, esos puntos de inflexión ya han quedado atrás: buscan alternativas profesionales, optan por la jubilación anticipada o planean abandonar el sistema.
La situación en la medicina de urgencias y en la atención a pacientes agudos en todo el país se ha vuelto cada vez más crítica, pero nadie puede decir que quienes trabajan en estos servicios no hayan dado todo de sí. Durante la pandemia de COVID-19, todo el sistema sanitario respondió colectivamente a los desafíos de un virus desconocido. Desde aquellas primeras oleadas, muchos profesionales de urgencias y medicina aguda no han tenido un respiro: sin tiempo para reflexionar, sin alivio en la carga asistencial que soportan. Muchos aún arrastran el impacto en su salud física y mental por su trabajo durante la pandemia y, sin embargo, han tenido que asumir con resignación el incremento progresivo de la presión en los servicios de urgencias y unidades de agudos de todo el país.
Una crisis anunciada
La crisis actual era previsible y se venía advirtiendo desde hace casi una década. Ya en 2013, el Royal College of Emergency Medicine y altos directivos del NHS alertaron del riesgo de una combinación de “hacinamiento tóxico” y “agotamiento institucional”. Sin embargo, estas advertencias fueron desoídas, dejadas de lado en favor de relatos locales más optimistas, métricas de desempeño financiero de los hospitales, y los informes de inspección de la Care Quality Commission.
Para quienes trabajamos en la primera línea de urgencias o en sus proximidades, llevamos años operando bajo la sombra de una catástrofe que avanza lentamente. Los que recordamos la lucha por alcanzar el objetivo de las cuatro horas (para la atención de los pacientes) en urgencias lamentamos la pérdida de aquellos estándares y lo lejos que estamos de poder cumplirlos hoy. Para quienes nunca han visto un sistema funcional, su única experiencia es la desesperanza que acompaña el declive continuo en la calidad de la atención.
Si bien el secretario de Salud, Steve Barclay, puede atribuir la crisis a “una combinación de tasas extremadamente altas de gripe, niveles persistentes de COVID-19 y una creciente preocupación, especialmente entre los padres, por el estreptococo A”, las causas estructurales de esta presión se vienen señalando desde hace tiempo en los informes del Winter Flow Project del Royal College of Emergency Medicine. Incluso antes del inicio de los brotes invernales y de otras infecciones estacionales, el tiempo de espera de 12 horas en urgencias ya había alcanzado niveles récord, y el porcentaje de pacientes atendidos dentro del objetivo de cuatro horas estaba en su punto más bajo.
Un sistema al límite
Trabajar en un sistema disfuncional cobra un alto precio: agotamiento físico, estrés mental, enfermedades y lágrimas. Pero incluso después de pagar ese costo, el reto que enfrenta el personal sigue superando lo que su esfuerzo puede compensar. Como resultado, vemos tiempos de respuesta de ambulancias que se miden en horas en lugar de minutos, pacientes que permanecen en camillas durante días en lugar de horas, y hospitalizaciones que se prolongan semanas en vez de días. La crisis afecta a todos los miembros del equipo en urgencias y, en un grado similar, a las unidades de agudos. Sin embargo, persiste la expectativa de que quienes trabajan en estos servicios simplemente “se las arreglarán”.
La ausencia de soluciones rápidas para problemas sistémicos refuerza la falsa idea de que no hay otra opción más que seguir aumentando la presión en la primera línea de urgencias. En consecuencia, los pacientes esperan en pasillos, en sillas incómodas de las salas de espera o incluso en el suelo, sin el más mínimo atisbo de dignidad. Esta situación deja al personal sanitario al borde del colapso, haciéndolos regresar a casa entre lágrimas por lo que han tenido que presenciar. Al mismo tiempo, se asume que los servicios de urgencias seguirán expandiéndose y que su personal seguirá soportando la sobrecarga, pero ambos tienen un límite y, tarde o temprano, se romperán.
Más allá de una huelga
Esa es la parte no escrita de esta catástrofe que avanza sin tregua. Una huelga puede ayudar a poner sobre la mesa cuestiones clave como los salarios, las condiciones de trabajo y el entorno laboral, y es legítimo que sindicatos y trabajadores exijan cambios en situaciones que se han vuelto insostenibles — como enfermeras que acuden a bancos de alimentos tras un turno de 12 horas o médicos que no pueden permitirse un alquiler asequible al comenzar otra rotación en una nueva ciudad. Pero la huelga, por sí sola, no puede mitigar completamente el coste personal que tantos profesionales sanitarios enfrentan cada día.
El NHS no necesita héroes. Necesita colegios profesionales y líderes locales, regionales y nacionales que respalden a sus equipos y presionen al gobierno para que actúe. Necesita que estas instituciones e individuos desmientan la narrativa simplista de que la crisis actual se debe solo a virus estacionales o que basta con inyectar más fondos. Necesita que el gobierno escuche.
Resolver esta crisis exige una reforma profunda del sistema de atención social; un proceso estandarizado que ajuste la capacidad hospitalaria a las necesidades locales y establezca objetivos de ocupación adecuados que garanticen el flujo de pacientes; y una iniciativa acordada entre partidos políticos para desarrollar una estrategia de recursos humanos que transforme el NHS.
El NHS no necesita héroes. Necesita un entorno laboral sostenible, en el que más personas sean formadas para prestar una mejor atención. Necesita una fuerza laboral protegida, que aprenda a preservarse en lugar de sacrificarse, y profesionales que tengan el tiempo y los medios para cuidar a quienes dependen de ellos.”