CONSECUENCIAS DE TENSIONAR EL SISTEMA SANITARIO.
Nota del Autor.
Las opiniones expresadas en este texto son completamente personales. Están motivadas desde una perspectiva constructiva y colaborativa. Lo hago desde la experiencia y sobre todo con la convicción de que es necesario mejorar y cambiar nuestro sistema sanitario. Mi intención no es simplemente señalar defectos, sino destacar aquellos puntos que considero esenciales para avanzar y hacerlo de forma real y sostenible. Escribo con la esperanza de abrir un diálogo profundo y fructífero entre todos, desde la administración hasta los pacientes y los profesionales. Es necesario que encontremos juntos soluciones que beneficien a todos, especialmente a nuestros pacientes.
Hace unas semanas escribí una entrada sobre la sostenibilidad financiera del sistema sanitario. Hablé en “Lo insostenible ya no se sostiene” sobre conceptos como productividad y qué estrategias podrían ser más útiles para abordar la creciente demanda de servicios que amenaza el futuro de nuestras organizaciones.
Una reflexión que me ha hecho pensar ahora sobre otros contextos históricos similares (todo es cíclico), como el que ya vivimos en el 2014 cuando empezábamos a salir de la crisis económica de 2008.
Al igual que los antiguos usaron la Piedra Rosetta para descifrar jeroglíficos, ayer recordé las referencias bibliográficas sobre ese periodo. Me dispuse a buscar respuestas a mis preguntas y pensé en Chris Ham.
Conocí a Ham gracias al Blog de Jordi Varela, Avances en gestión Clínica. Ham fue director ejecutivo en The King’s Fund. Fue responsable entre 2000 y 2004 de la unidad de estrategia del Departamento de Salud en el NHS. Asesor de la OMS y del Banco Mundial y consultor para varios gobiernos. Durante su época en el Fund participó en la redacción del documento “The NHS Productivity Challenge: Experience from The Front Line” (2014). Este interesante texto analizaba el reto de la productividad a la que se enfrentaba el NHS debido a la desaceleración del crecimiento de su financiación desde 2010. Un documento que describía cómo las medidas de restricción presupuestaria habían permitido ciertos ahorros, pero que recordaba la importancia de evaluar cuidadosamente el impacto en la eficiencia y calidad del sistema, buscando siempre el equilibrio óptimo entre sostenibilidad financiera y calidad asistencial.
Muy significativa en su momento, fue la intervención de Ham en una entrevista para la BBC sobre este tema, que rescato ahora de una entrada del blog de Jordi Varela en 2014.
Ham en esa entrevista: “después de 4 años de reducciones presupuestarias, francamente es muy difícil decir de donde se puede ahorrar más sin tocar la calidad. Muchos hospitales pueden tener dificultades para cumplir los objetivos marcados por las autoridades, como los tiempos de espera en los servicios de urgencias, las listas de espera del cáncer, la atención a los servicios de salud mental, y no hablemos de la presión que se hace sobre los médicos de familia para ofrecer servicios más coordinados a los pacientes crónicos complejos”.
En cualquier caso, hoy no escribo sobre esto. Tampoco voy a reflexionar sobre si la experiencia de una crisis previa nos ha ayudado lo suficiente a preparar escenarios futuros. Hoy quería centrarme en cuáles son las consecuencias de tensionar el sistema sanitario. Lo hago desde la experiencia de haber trabajado en las trincheras durante la crisis económica del 2008, posteriormente durante la pandemia y, en la actualidad, en un escenario post-pandémico. Y este último me recuerda cada vez más a lo que vivimos en décadas previas. Está claro que tenemos que aprender mucho de las experiencias pasadas. Y reflexionar sobre los errores para mejorar nuestro futuro. Afortunadamente también hay brotes verdes. Aun bajo esta perspectiva, hay que reconocer iniciativas y esfuerzos que demuestran que es posible avanzar. Pero hay que hacerlo juntos y con los pacientes, así que aprovecho estas letras para hacer una llamada al diálogo y a la colaboración entre todos.
El desgaste del personal sanitario.
El desgaste de la fuerza laboral es una de las consecuencias más inmediatas de tensionar el sistema sanitario, como ocurrió durante la pandemia. Y este agotamiento, lejos de disiparse con el final de la crisis, no ha hecho más que continuar debido a las secuelas tras estos años complejos y el estado de un sistema que sufre tensiones crónicas y mantiene muchas heridas abiertas.
Lo he escrito varias veces. En la entrada “¿Qué nos está pasando a los trabajadores de la salud?”, donde reflexionaba sobre nuestro agotamiento físico y emocional. Donde ponía de relieve que muchos habían perdido sus empleos o simplemente renunciaban a ellos, al no poder manejar el estrés y la frustración de no poder ayudar adecuadamente a los pacientes. “Cuidando a los profesionales durante la pandemia ¿Dónde hemos dejado la cuarta meta?”, “Seis lecciones para luchar contra el agotamiento de los trabajadores sanitarios del hospital más grande de Boston” o “5 formas de recuperar a los trabajadores de la salud agotados”, fueron textos que orientaban estrategias para favorecer nuestro bienestar y el clima laboral. Aún no hemos avanzado lo suficiente. Es necesario profundizar en las iniciativas de humanización, asegurando de que tengan un impacto real tanto en los pacientes como en nuestros trabajadores sanitarios.
El deterioro de la calidad de la atención.
Con recursos limitados y alta demanda, la calidad de la atención puede resentirse. El equilibrio es delicado. Tiempos de espera que se alargan más de la cuenta y que se mezclan con la incapacidad de los profesionales para poder ofrecer una atención personalizada y de calidad. Elementos que no solo afectan a la salud física de los pacientes, sino también al plano mental y emocional. Una demanda incontrolable y salas de espera más llenas, que no solo retrasan tratamientos, impactando en el pronóstico y en la recuperación. También incrementando la presión sobre los trabajadores sanitarios, aumentando así la probabilidad de cometer errores.
Impacto en la motivación de los trabajadores.
Trabajar en un entorno estresado o con recursos limitados puede afectar a la moral y a la motivación del personal sanitario. No hay más que poner sobre la mesa, las tasas de burnout de los trabajadores de nuestro país tras la pandemia.
Lidiar con unas condiciones donde se percibe que no es fácil cumplir con los estándares de atención adecuada lleva a la desmotivación y a la desilusión. Cuando los profesionales sentimos que no tenemos los recursos necesarios para hacer bien nuestro trabajo, termina minándose nuestro compromiso y el sentido de pertenencia para con nuestra institución. Aumenta el absentismo, el presentismo y el abandono laboral. No sé si esto también forma parte del problema y podría ser un factor adicional en la dificultad que enfrentamos para encontrar profesionales.
Desigualdades en el acceso a la atención.
Las tensiones crónicas de nuestro sistema no solo afectan de forma directa a los pacientes y a los profesionales, también lo hacen aumentando las desigualdades en el acceso a la atención sanitaria. Es fundamental continuar trabajando en estrategias que aseguren una distribución equitativa de los recursos sanitarios, garantizando que todos los pacientes, independientemente de su nivel socioeconómico o lugar de residencia, reciban una atención de alta calidad. No podemos permitir que aumente la brecha entre quienes pueden facilitarse una atención privada y quienes dependen exclusivamente del sistema público. Perpetuar este ciclo de inequidad puede terminar minando los principios sociales de justicia y de equidad.
Consecuencias de estar continuamente apagando fuegos.
Es importante que desde los puestos de responsabilidad podamos avanzar hacia una planificación más estratégica y proactiva, que nos permita implementar mejoras a largo plazo y reducir la carga de trabajo reactiva. Es fundamental equilibrar la respuesta a lo urgente con una planificación estratégica a largo plazo que nos permita implementar mejoras sostenibles. Y abandonar una forma de trabajo altamente estresante, con toma de decisiones a veces apresurada, lo que puede perpetuar los problemas y convertirlos en características. La continua necesidad de apagar fuegos afecta también a la motivación, incrementando la dificultad para identificar profesionales que quieran asumir responsabilidades directivas. Aunque se estén haciendo esfuerzos significativos, tengo la sensación de que el sistema avanza lentamente o no se estabiliza. Hay que trabajar por su mejora, evitando en el camino, que perdamos talento valioso.
Credibilidad del sistema, satisfacción y confianza de los ciudadanos. Manejo de expectativas.
Pienso también en el impacto sobre la credibilidad y experiencia de los ciudadanos. Y me viene ahora a la memoria, una definición de experiencia del paciente acuñada por el Dr. Rick Evans. Evans es responsable de la Oficina de experiencia del paciente en el New York-Presbyterian Hospital, considerado uno de los centros sanitarios de referencia de USA. Dice así: “Experiencia del paciente no es hacer felices a los pacientes y a las familias, se trata de que confíen cada día en nuestras actuaciones”. La credibilidad del sistema sanitario y la satisfacción y confianza de los ciudadanos están ligadas intrínsecamente a la percepción de eficiencia y a la capacidad del sistema para responder a sus necesidades. Mantener la confianza del público en el sistema sanitario es esencial, y debemos esforzarnos continuamente para asegurar que ofrecemos una atención de calidad que responda a sus expectativas. Tenemos además una ciudadanía que ha cambiado. Ahora nos pide accesibilidad e inmediatez en las respuestas. Cuando estas circunstancias no se cumplen, la satisfacción disminuye y aumenta el malestar social. Pienso si esto no es un aspecto que pudiera estar condicionando el incremento de agresiones hacia los trabajadores de la salud.
Impacto económico a largo plazo y capacidad de respuesta frente a crisis futuras.
Es importante considerar la relación coste-efectividad de invertir en prevención y promoción de la salud, ya que estas estrategias pueden reducir significativamente los costos a largo plazo y mejorar los resultados de salud de la población. Sobre todo, cuando las condiciones de salud de los pacientes se agravan y requieren intervenciones a la larga, más complejas y costosas. A nivel macroeconómico, un sistema sanitario ineficaz puede reducir la productividad y aumentar los costos por incapacidades laborales, es decir, termina impactando sobre la propia economía de nuestro país. Por no hablar de la capacidad de respuesta frente a futuras crisis. Es prioritario fortalecer la preparación para emergencias como pandemias, desastres naturales o brotes de enfermedades, asegurando que contamos con los recursos y la planificación adecuada para dar respuesta a estos escenarios.
¿Cuáles son mis sensaciones?
Me parece importante tomar conciencia de este momento y del escenario en que trabajamos. Para ello, es clave reflexionar sobre las lecciones de la pandemia y asegurarnos de que estamos aplicando lo aprendido para mejorar nuestro sistema sanitario. A pesar de la vuelta a la “normalidad” convivimos con un contexto de tensiones crónicas, en conflicto con las expectativas de pacientes y profesionales y con necesidad de seguir abordando retos presentes y futuros. La situación de la fuerza laboral, incluyendo cargos intermedios no es buena, lo identifico en mi medio, lo percibo en otros. Algo que es caldo de cultivo para la génesis de conflictos y para seguir trabajando desde nuestros silos y nuestros egos. Ya lo escribía hace unos días en la entrada “seguimos fallando”. Hojas de ruta divergentes, ajustes presupuestarios, problemas convertidos en características…
Convivimos con dinámicas no facilitadoras. Continuamente apagando fuegos, con dificultad para planificar, con sensación de no llegar, de no alcanzar objetivos propuestos y en ocasiones experimentando sensación de pérdida de control.
Para alcanzar un sistema sanitario robusto, es fundamental combinar la sostenibilidad económica y la eficiencia con una estrategia a largo plazo que priorice la calidad de la atención y el bienestar de los trabajadores. No podemos restar protagonismo al profesional y menoscabar elementos paradigmáticos de la gestión clínica como las decisiones compartidas, la integración de los servicios, la reducción de la variabilidad de la práctica clínica, la búsqueda del valor o la implementación de las prácticas de no hacer.
Conclusiones.
Llegados a este punto es inevitable experimentar sentimientos de preocupación por la situación. Las lecciones de la pandemia parecen olvidadas y nos encontramos atrapados en un ciclo de tensiones crónicas, desmotivación profesional y desigualdades crecientes. Un sistema sanitario que confecciona su estrategia en base a indicadores de estructura o de proceso y que no termina de ofrecer un relato alineado entre todos sus actores y resultados que importan a las personas. Un sistema que parece que solo aspira a la supervivencia y no al crecimiento. La apresurada vuelta a la normalidad, en un mundo que ha cambiado, necesita de un análisis profundo de las raíces de nuestros problemas, para evitar perpetuar las dinámicas que nos han llevado a la crisis y promover un cambio positivo y duradero.
No es bueno trabajar en un entorno con hojas de ruta que no acaban de converger, donde la eficiencia y la sostenibilidad económica chocan con la calidad de la atención y el bienestar de los trabajadores. Las limitaciones, la sobrecarga laboral y las expectativas insatisfechas de los pacientes y los trabajadores han convertido el sistema en un campo minado de conflictos y frustraciones. Es fundamental no solo reconocer estas realidades sino actuar decididamente y con valentía para abordarlas.
Llamada a la acción.
Lo repito siempre y lo haré hasta la extenuación. Invito a todos los actores del sistema sanitario a continuar colaborando para abordar los retos actuales con la urgencia y el compromiso necesarios, revalorizando a nuestros profesionales como el capital humano esencial para el funcionamiento del sistema. Priorizar su bienestar, no desmotivarles, mejorar condiciones laborales y hacer diariamente un reconocimiento genuino de su esfuerzo y su dedicación. Adoptar una visión menos cortoplacista y más a largo plazo. Más allá de la sostenibilidad económica inmediata, invirtiendo también en estrategias que reduzcan variabilidad, falta de equidad, impriman valor y dejen de hacer lo que no aporta.
Debemos actuar ahora. No podemos permitir que el sistema sanitario continue en esta espiral descendente. Cruzar líneas rojas es delicado, por lo costoso de recuperar lo perdido o lo irreversible de no poder hacerlo. Es imperativo que abordemos estas cuestiones de manera integral y valiente. Necesitamos desarrollar un sistema resiliente, equitativo y eficiente capaz de responder a las necesidades de todos. Solo de esta manera podemos garantizar que estemos preparados para resolver retos futuros, facilitando una atención digna y de calidad a nuestros pacientes.